Mª de la O Jiménez: Buenas noches a todos los que nos escuchan como a los que no, a pesar de que estos últimos no nos puedan devolver el saludo. Tal día como hoy las norteamericanas vieron reconocido su derecho al voto hace hoy 90 años. Da que pensar todo lo que ha evolucionado la civilización (o eso que denominamos la civilización) en estos 90 años y da que pensar también en todo aquello en lo que no ha evolucionado en este tiempo... Ha habido cambios, desde luego, pero ¿han sido los suficientes?. Servidora se va a reservar el derecho a la duda. Hoy en nuestro tercer programa contamos con una mujer muy especial. Hola, ¿qué tal?
Virtudes: Hola, me llamo Virtudes Villalba… y mi vida es confusa. Yo soy una mujer adúltera. Lo digo sin temores y sin miedo a esconderme, porque las verdades ni dañan ni ofenden ni hacen mal a nadie. Soy adúltera. Engaño a mi marido con otras personas. Yo lo quiero pero el amor no es algo absoluto. Quizá tampoco sea nada relativo. El amor simplemente es así. No es como lo pintan es simplemente distinto. (Pausa) Él lo sabe y creo que no lo importa. Él sabe todo lo que hago.
Mª de la O: ¿Entonces por qué quiere contarnos esto, Virtudes?
Virtudes: Quiero que lo sepan mis compañeras de trabajo. En mi trabajo el adulterio está muy mal visto.
Mª de la O: ¿En qué trabaja usted, Virtudes?
Virtudes: Soy monja de clausura.
Mª de la O: (Sorprendida) Nunca lo hubiera dicho.
Virtudes: Es que vengo de sport. (Pequeña pausa) Yo, desde pequeña, nunca me creí lo de Santísima Trinidad. Si son tres, que sean tres, ¿qué problema hay? ¿Es que siendo uno y tres vale más? ¿Vale por tres siendo uno a la vez? Las personas somos una y valemos lo que valemos como una, ¿valdrían más tres malas personas juntas que una buena? ¿Usted que cree? (Pequeña pausa) La verdad es que no sólo quiero a Dios, también quiero a Alá y a Mahoma, a veces hablo con ellos y les digo cuánto los quiero. También quiero a Buda. Siempre me ha caído bien. Lo veo tan gordito, tan tranquilo, tan amable. Yo siempre he sido muy tranquila. De niña en mi casa no teníamos tele y me pasaba las horas mirando a la pared. A mi madre no le gustaba que mirara la pared. Me decía que la pared les quitaba la imaginación a los niños y que era violenta. Eso lo decía porque las paredes en mi casa eran de gotelé. Recuerdo que mi madre tenía un cuadro con un ciervo y unos lobos atacándole. Recuerdo que mi padre lo miraba y se reía. Todos los días. Ese cuadro llevaba en la pared del salón de mi casa desde tiempos inmemoriales. Estaba ahí de antes de entrar a vivir nosotros. Y se reía. Siempre supuse que se reía por la incomodidad. Mi padre mató mucha gente durante la Guerra Civil. Era militar del bando nacional. Aún así le quería. A pesar de que la casa oliera a muerte. Es curioso pero desde que la guerra acabó, mi casa olía a muerte cuando mi padre entraba en ella. Por mucho que mi padre se lavara o por mucho que la casa se limpiara seguía oliendo a muerte. El olor a muerte es muy peculiar. Por eso quiero mucho a Buda. Tiene cara de no haber hecho nunca nada malo. (Se queda un rato pensando) No como mi padre. Mi padre se reía con el cuadro del ciervo, aunque nunca supe por qué. Lo quería porque era mi padre. Quizá si no hubiese sido mi padre no lo hubiese querido. Quizá si no hubiese sido mi padre me hubiera dado asco. Quizá no elegimos a quien queremos. Quizá ese sea el gran problema del ser humano: que no decidimos nada, que todo nos viene impuesto. Da que pensar.